La plaza no estaba tan concurrida
aquella noche y dejó que el muchacho durmiera un poco. Desde sus balcones se podían
observar todos los vecindarios de esta gran ciudad. Cada muro levantado y árbol
plantado tenía una historia que contar casi de primera mano. La gente dice que
si te detienes por un rato en silencio, puedes todavía escuchar los gritos de
guerra y el filo de las espadas chocando entre sí.
Al despertarse, el chiquillo se
percató que era lo bastante tarde como para meterse en problemas, pero lo
suficientemente temprano como para salir de ellos. Era bajo de estatura y un
poco delgado. Su tez blanca estaba manchada por un eterno polvo que no parecía
querer retirarse, quizás porque hacía ya mucho tiempo desde la última vez que
tuvo un buen baño. Su rubio cabello estaba siempre desordenado y sus ropas harapientas
bajo ninguna circunstancia podían confundirse como de la clase alta.
Sin embargo, el muchacho lucía
estar muy cómodo con su apariencia y postura. Se levantó de la banca en la que
estaba recostado para dirigirse a una de las grandes escaleras que bajaban
hacia los barrios de la ciudad. “No hay apuro, todavía es temprano” pensaba el
niño al estirarse un poco al borde de la escalera, luego miró hacia atrás y
observó la majestuosa escultura en el centro de la ciudad.
Allí estaba el gran Baluarte,
levantado solemnemente y sosteniendo su gran espada punta abajo. Era una mezcla
perfecta entre el talento, la imaginación e inspiración de un gran artista. Su
mirada estaba dirigida hacia la entrada de la ciudad, lugar donde se desarrolló
la última gran batalla. La barba y los cabellos de este caballero estaban muy
detallados, tanto que parecían realmente moverse con el viento. Al pie de la
estatua había una placa que decía, “A Maginot Baluarte, cuyos actos trajeron la
paz al Reino Meridiano, para que las generaciones futuras se inspiren en él e
imiten su ejemplo.”
El niño volteó nuevamente su mirada
hacia las escaleras y comenzó a bajar apresuradamente. El silencio de la noche
que moría despertó los sonidos de una batalla que se libró frente a los muros
de la ciudad, en la cual luchó el temible Destructor de Islas contra las
fuerzas de Andros Vitafilio y su Hermandad de las Espadas Gemelas.