La Región de los Cuatro Dominios es el hogar de un sinfín de islas y tierras no exploradas. Muchas de ellas no aparecen en los mapas y son ignoradas por exploradores, cartógrafos y hasta los sabiondos piratas. En uno de esos lugares existe una isla desierta en cuyo interior crece un bosque frondoso. Allí habita solamente un hombre y su familia.
Todos los días el hombre despierta muy temprano, se despide de su familia y sale a lo más profundo del bosque a luchar contra unos demonios de extrañas formas que día tras día amenazan con destrozarlo a él y a sus seres amados. Unos son pequeños y cubiertos de vello, con una cabeza como de calavera y ojos profundamente oscuros, siempre se sienten presentes aunque no los estén observando. También los hay grandes, obesos y fuertes, contagian su lentitud evitando que tome cualquier acción en su contra. Otros son feroces como un corcel enrabietado, sus fauces expidiendo fuego y aniquilando sin piedad todo lo que se encuentran a su paso. Algunos tienen formas humanas, como aquél que luce como un anciano vestido en harapos, su cara podrida y de larguísimas extremidades.
Después de una feroz lucha el hombre vence a estos demonios y, cansado, regresa tarde a su hogar. Aunque agotado, está feliz porque pudo proteger a su familia, pero cauteloso por lo que el día de mañana le podría traer. Al día siguiente se despierta el hombre antes del amanecer y regresa nuevamente a lo más profundo del bosque a luchar contra los mismos demonios, quienes han regresado sin un rasguño ni herida visible, recuperados como si fuera la primera vez que se encuentran a su contrincante. Al hombre, sin embargo, se le nota en su cuerpo las marcas de la batalla del día anterior. ¿Qué mueve a este hombre para ir todos los días y luchar contra unos demonios que sabe que jamás vencerá del todo?
A pesar de ser una lucha interminable, continúa el hombre con inquebrantable voluntad batallando día tras día contra sus demonios. Los subyuga al atardecer solo para regresar al día siguiente y encontrárselos de nuevo. Pasan los años y su cuerpo poco a poco le va fallando, pero nunca su coraje, su ánimo o su carácter. Un buen día somete a sus demonios una vez más con su último aliento, y es justo ese momento en el cual los demonios desaparecen, esta vez por siempre. En el rostro del hombre se dibuja una sonrisa, por saber que su familia está a salvo.