Hoy, sin embargo, me encontré solo en un bosque
que no conocía y adolorido al pie de unas escaleras que subían una pequeña colina.
Las escalé con dificultad, sabiendo que cada paso que daba me alejaba de ese yo
que pensaba ser. Al final de las escaleras me encontré con un pozo circular de
piedras, estaba lleno de agua. Me senté a un lado mientras debatía con temor
cómo proceder. Qué curioso, no tuve miedo de zambullirme en un mar a buscar el fondo
de un témpano de hielo, pero bajar por este pozo me aterraba.
Tardé un buen rato en decidirme, y mientras más
esperaba mi herida me dolía más. Era como si el tiempo mismo estuviera haciéndome
daño por esperar tanto. Finalmente me llené del poco valor que me quedaba y me
adentré en las aguas del pozo. Por un momento sentí que flotaba en un vacío y
que realmente no estaba nadando. Entré en pánico por no conocer dónde estaba ni
a dónde iba. El mar alrededor del témpano parecía ahora un charquito al lado de
este pozo. Coraje era lo único que me quedaba y lo utilicé para recuperar la
compostura. Ahora me encontraba de pie sobre unas escaleras que bajaban poco a poco
en espiral.
Bajar al inicio era fácil
porque los peldaños eran anchos, pero poco a poco se fueron estrechando cada
vez más y me obligaron a fijarme por dónde pisaba para no caerme. Al final me
encontré con una habitación muy amplia. Sus paredes estaban cubiertas de centenares
de pares de ojos. En el centro vi a cuatro personas cuyos rostros estaban
cubiertos con una capucha.
Todos al unísono me preguntaron quién soy, sus
voces eran muy diferentes pero todas me resultaban muy familiares. En ese momento
caí de rodillas, haciendo que mi herida se abriera mucho más. Pensé en ir por
la vía fácil y describirles todo lo que pensé que era, desde la punta del témpano
hasta su fondo escondido bajo el mar; pero lamentablemente mi respuesta debía
ser otra. "No lo sé", respondí avergonzado y lloré desconsoladamente,
ya que estaba desnudo, herido y sin fuerzas. Todas las había gastado buscando
con ahínco un témpano que con un ridículo orgullo pensé que me describía a la
perfección; pero ese no era yo, al menos ya no.
Los cuatro individuos se quitaron la capucha y
quedé sorprendido al darme cuenta que sus rostros eran el mío propio, cada uno
de una etapa anterior de mi existencia. Levantaron sus brazos hacia mí y vi un
quinto individuo con mi rostro actual. Él llevaba en sus manos un manto, se
acercó a mí y me lo dio. Al abrirlo descubrí un nuevo rostro que debía ponerme.
Mi herida había sanado y pude moverme con facilidad, había recibido una nueva
vida.
Las cinco personas se pusieron su capucha
nuevamente y me dijeron que solamente un par de ojos de la habitación me
sacaría de este pozo. Ellos pertenecían a todo tipo de personas y animales. Los
humanos parecían ser la opción más lógica, pero a veces lo que al inicio parece
lógico, termina no siéndolo. Caminé varias veces alrededor de la habitación analizando
cuáles ojos serían los más adecuados, hasta que finalmente hallé mi salida.
Estos pertenecían a un búho, el sabio animal que con dedicación y paciencia se
llena de conocimiento y descubre la verdad.
Viajé a través de los ojos del búho y llegué a la
punta de un témpano rodeado esta vez por un gigantesco océano. Una voz en mi
interior añoraba zambullirse nuevamente y descubrir este nuevo rostro, y así encontrar
la respuesta a una pregunta de la que jamás pude escaparme, ¿quién soy?